EL MÓVIL

EL MÓVIL

 

Carmen tenía una costumbre bien establecida, antes de irse a la cama ponía el móvil a cargar encima del aparador, en la salita de estar. Había escuchado en la radio que era mejor no tenerlo en el dormitorio, ya que podía afectar a la calidad del sueño y, en consecuencia, a la salud.

A eso de media noche, el aparato comenzó a emitir sonidos estridentes y luces intermitentes que iluminaban el techo de la habitación. Carmen se levantó sobresaltada y lo desenchufó. La pantalla, encendida, mostraba signos y letras muy extraños, totalmente indescifrables. Lo apagó y regresó a la cama con la mente aún nublada por el sueño.

A la mañana siguiente, tras cumplir con sus rutinas diarias,se dirigió a la cocina para preparar café y tostadas. Mientras se hacían las tostadas, se acercó al aparador, cogió el móvil, lo encendió e introdujo el PIN. Las noticias se sucedían en la pequeña pantalla y pensó que se trataba de un error o de un bulo, pues todo lo que se decía correspondía al día siguiente; sin embargo, con el paso de los días se dio cuenta de que todo lo que publicaba el aparato era verdad.

Carmen se sintió una privilegiada que podía conocer lo que pasaría el día después a través de su móvil, y no se lo dijo a nadie. Ciertamente se aprovechó de esa situación durante un tiempo, hasta que una mañana leyó que un accidente de tráfico acababa con la vida de tres jóvenes, uno de ellos era su hermano Alberto. Sus ojos se inundaron de lágrimas mientras leía los terribles detalles del accidente, que describían el estado en que había quedado el coche y los cuerpos de los ocupantes, en una de las trescientas sesenta y cinco curvas de Ronda.

Aturdida y desesperada no sabía cómo congelar esa noticia, cómo detener el tiempo, y faltaban tres horas para el accidente. Llamó a su hermano y después de varios intentos consiguió hablar con él. Angustiada, le preguntó dónde estaba, y él le dijo que camino de la Costa del Sol, que llegarían a Ronda en un par de horas. Le suplicó que detuviesen el coche y salieran de él, y que no lo cogieran hasta el día siguiente. No comprendía a qué venía esa recomendación y trató de tranquilizarla diciéndole que iban despacio, que no tenían prisas, y que estuviera tranquila.

Carmen le contó lo del móvil, pero éste no creía que eso fuera posible. Lo cierto es que nunca había visto a su hermana tan afligida y desesperada. Ante la insistencia, le prometió que pararían y que no continuarían el viaje. Tras la conversación, contó lo ocurrido a los dos amigos y se rieron de él diciéndole que eran cosas de su hermana, que lo del móvil se lo habría soñado. No obstante, él siempre la respetó y le había prometido bajarse del coche hasta el día siguiente, por lo que les solicitó parar en el próximo pueblo y retomar el viaje el día después. Los amigos no estaban dispuestos a suspenderlo por una recomendación absurda e imposible.

El hermano de Carmen se bajó, cogió su bolsa de viaje y buscó un hostal para pasar la noche. Los dos viajeros continuaron la ruta.

Carmen no tenía claro que su hermano le hubiera hecho caso y volvió a llamarle, pero donde estaba, no había cobertura. Después de la petición a la Virgen y a San Nicolás de Bari, permaneció todo el día atenta a las noticias, con el alma en vilo.

Mientras cenaba en una cafetería del pueblo, Alberto oyó un revuelo y algunas exclamaciones en la barra del bar. El sargento y un número de la Guardia Civil comentaban al dueño, que venían consternados de asistir a un accidente mortal en una de las curvas de Ronda.  

Un relámpago le recorrió el cuerpo desde la frente hasta los dedos de los pies, y la copa de cerveza cayó sobre la mesa.  Se agarró con fuerzas al asiento de la silla sin querer creérselo. Al momento, la televisión ya estaba dando la noticia.

Preguntó que dónde había cobertura en el pueblo, y llamó a su hermana lo antes que pudo. En medio de la insólita conversación que mantuvieron, el móvil de ella comenzó a emitir sonidos extraños y a echar humo, autodestruyéndose en cuestión de segundos.

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