Viaja por la vida con una sombra de melancolía en su mirada. Su carácter introvertido, lo lleva a preferir la lectura de un buen libro o ver una película en casa, antes que relacionarse con la gente. Con frecuencia se ve atrapado en sus pensamientos, duda de las decisiones que toma y cada elección le supone un peso que le cuesta cargar. Aunque a lo largo de su vida ha trazado numerosos trayectos, no ha recorrido ninguno.
Eliseo camina cabizbajo por la estrecha calle de un humilde barrio de la ciudad, cuando el alba proyecta sus primeros rayos de sol sobre los tejados de madera y latón de las casas de los trabajadores. Arrastra los pies sin ánimo, sin energía; nuevo día, misma rutina. No entiende a esa gente que busca en el amanecer una esperanza.
Levanta la cabeza y ve su imagen reflejada en el espejo de un escaparate. No se reconoce; es una imagen distorsionada de su persona que muestra una sonrisa pícara, casi malévola.
Al principio cree que es una argucia de la luz, una sombra pasajera que deforma su reflejo, pero la pérfida sonrisa persiste en el cristal, y se burla de su confusión.
Parpadea varias veces esperando que la imagen recupere su ser, pero eso no sucede.
“¿Quién eres?”, pregunta en un hilo de voz.
La mueca se ensancha más, y una voz que suena como la suya, aunque algo alterada, le responde desde dentro del espejo.
“Soy lo que intentas ocultar, lo que niegas durante el día, pero que te consume en la oscuridad de la noche. ¿Por qué te escondes de mí?”.
Se estremece y el corazón le late con fuerza. No quiere enfrentar sus miedos, pero una larga y afilada mano sale del espejo, que se ondula como agua perturbada, y se dirige a él.
¿Qué quieres?
“La libertad” (responde la imagen), “y me la vas a dar”.
Permanece inmóvil tratando de comprender lo que está pasando, pero no entiende nada. Respira profundamente y entra en pánico al verse atrapado y arrastrado por la mano infinita hasta el interior del espejo.
El mundo detrás del cristal es un torbellino de colores y sonidos extraños, de ecos distantes. Aquí las reglas de la realidad no se aplican, y comienza un viaje que cambiará su vida para siempre.
Se frota con fuerza los ojos y ve que tiene ante sí un universo desconocido, surrealista, un laberinto de espejos y sombras que tergiversan la realidad y desdibujan los límites de su identidad.
En su caminar por ese mundo se encuentra con paisajes cambiantes: un camino que parece llevar a la libertad se transforma en un abismo. Sudoroso y excitado observa cómo imágenes de su vida cotidiana se mezclan con visiones de sus miedos más profundos. Ve a su familia sonriendo, se acerca a ella y sus rostros se convierten en máscaras de tristeza. Reflexiona ante lo que está viendo y sintiendo, y comprende lo difícil que es, a veces, poder distinguir entre lo real y la ilusión creada por el subconsciente.
Criaturas extrañas emergen de las sombras. Son figuras etéreas, con ojos brillantes y sonrisas enigmáticas que le presentan acertijos que debe superar para seguir avanzando en su nueva vida.
“¿Qué es más fuerte que el acero y más frágil que el cristal?”, le pregunta un ente que flota en la penumbra con silueta etérea y cambiante, perfilado de vapor y sombras. Esa entidad evoca una sensación de soledad y de anhelo, como si estuviera atrapada entre dos mundos y buscara una escapatoria.
Desde el caos mental, Eliseo responde: “La confianza”, sin apenas haber meditado la respuesta.
Está desorientado, pues el tiempo dentro del espejo no sigue las reglas del mundo real, y un minuto puede durar horas. A pesar de todo comprende que se le ha presentado una oportunidad única y que debe vivir ese momento, sentir cada instante y cada emoción si quiere que se disipen sus miedos y sus sombras.
Se encuentra con versiones alternativas de sí mismo manifestadas en reflejos, y comienza la batalla: aparecen imágenes de fracasos pasados, de momentos en los que se sintió insuficiente y ejercía de soñador pusilánime, que elegía caminos que nunca recorría por falta de atrevimiento. Cada golpe del reflejo le supone un recuerdo doloroso, una herida abierta que encaja con amargura.
Eliseo le planta cara y le recuerda algunos logros y la superación de más de un obstáculo. Tras duros ataques y contraataques, comprende que no puede eliminar su subconsciente y decide pactar con él.
“Eres parte de mí, pero no pretendas someterme”, dice con firmeza.
“Vas por el buen camino”, replica el reflejo, “No soy solo tus miedos, sino también tus sueños y tus deseos”.
Repasa su vida, analiza sus comportamientos y empieza a entender la razón de su inadaptación social. Por primera vez en mucho tiempo decide algo: que quiere regresar al mundo real, retomar su vida para recuperar el tiempo perdido y comenzar una vida nueva, aunque no sabe cómo hacerlo.
El espejo comienza a temblar y a brillar, y en un destello lanza a Eliseo fuera del escaparate. Mira su reflejo en el espejo con nuevos ojos y conecta con el hombre que ve. Ese hombre, hasta entonces insociable y misántropo, ha aprendido que la vida es un viaje de autodescubrimiento y aunque los espejos puedan distorsionar la realidad, siempre hay una verdad que se puede encontrar mirando adentro.
Eliseo ya no se siente prisionero, sino viajero de su propio recorrido. Y sonriente continúa su camino dispuesto a encarar una nueva vida.