Cuando el río suena agua lleva, y si más de la cuarta parte de los profesores extremeños (aproximadamente 4.000) han estado de baja durante algún tiempo el curso pasado, y de éstos una parte muy importante (y que va en continuo aumento) debido a enfermedades relacionadas con trastornos depresivos, trastornos fóbicos, depresiones neuróticas, reacciones agudas de estrés, etc., algo sucede. Hasta ahora la Administración Educativa se ha limitado a cubrir las bajas de estos profesores, y no me consta que haya encargado estudio alguno a profesionales de la medicina y de la psiquiatría, a pesar de la magnitud y de la gravedad de este tipo de enfermedades.
Don Agustín fue mi primer Maestro, cuando yo no era más que un parvulito, tenía la escuela enfrente de mi casa. Era un hombre encantador, se dirigía a nosotros como a personas mayores y nos enseñaba de todo: además de leer y escribir, cantábamos, rezábamos, representábamos pequeños fragmentos de obras literarias, etc. Lo considerábamos como un ser superior al que debíamos seguir a pies juntillas.
Don Agustín tenía un aparato grande y gris en el oído derecho para oír mejor, y aunque algo desconfiado y serio, a pesar de sus castigos y cachetes, jamás le tuvimos miedo, aunque sí respeto y admiración. Después de más de 40 años sigo recordándole con cariño y agradecimiento.
Aquéllos eran otros tiempos, lo sé, y cuando yo llamaba a la puerta de la escuela lo hacía como me habían enseñado mis padres, con suavidad y siempre pidiendo permiso. De mi formación se encargaba Don Agustín, pero de mi educación fueron mis padres, y de un modo casi intransferible.
Por circunstancias de la vida ahora soy yo quien me dedico a la enseñanza, y estoy en disposición de reconocer que sin apenas medios materiales y humanos, la formación integral de entonces era mejor que la actual, entendiendo por formación integral la que te prepara para afrontar la vida en los diferentes ámbitos profesionales con ciertas garantías de éxito y de saber ser y estar. Me consta que hay muchos compañeros que no piensan como yo, y los respeto totalmente, pero yo sólo hablo por mí.
La autoestima, la confianza que tenía en sí mismo y el reconocimiento y apoyo a la labor docente de Don Agustín, le hacía sentirse a gusto en su trabajo y dedicarnos a sus alumnos prácticamente todas las horas del día. En la actualidad la generalizada falta de respeto al profesor, la delegación de las obligaciones educativas de los padres al centro, la falta de reconocimiento de la labor docente, la carga de funciones y de responsabilidades a los profesores (en muchos casos ajenas a las propiamente académicas), que debemos saber de todo y formarnos con nuestro dinero y en nuestro tiempo libre, han desembocado en cuadros de ansiedad y de angustia que van minando la salud y deteriorando la propia existencia.
En la actualidad los profesores necesitamos formación e información relacionada con fenómenos que antes no se daban en los centros educativos y que ahora, lamentablemente, son muy frecuentes: trastornos alimentarios, drogadicción, ludopatía, hiperactividad, agresividad incontrolada, etc. Asimismo, las nuevas tecnologías y las innovaciones educativas requieren una formación específica que en absoluto la Administración Educativa ha proporcionado a sus profesionales.
El jefe de psiquiatría del Hospital Doce de Octubre José Carlos Mingote establece una estrecha relación entre las depresiones de los docentes y la crisis de valores de los jóvenes y la conflictividad social.
Hasta llegar a un estado depresivo que inhabilita para el ejercicio de la labor docente, los profesores pasan por varios estadios: desmotivación, agotamiento, tensión emocional, pérdida de autoestima personal y bajón en el rendimiento profesional.
Según algunos estudiosos de esta enfermedad, la falta de tiempo para terminar su trabajo los profesores es una de las causas principales de este cuadro depresivo que desemboca en el burnout o síndrome de desgaste personal: preparar las clases, corregir los exámenes, elaborar las programaciones, sesiones de evaluación, reuniones de departamento, de ciclo, de claustro, etc.
En nombre propio quiero felicitar y agradecer a José Manuel Párraga Sánchez el trabajo desarrollado en su Tesis Doctoral para reducir los niveles de burnout en su Programa I.R.I.S. Todos los programas y proyectos encaminados a disminuir esta enfermedad y a prevenir contra ella serán bien recibidos por los profesores, aunque tengo el convencimiento de que el mejor antídoto contra el síndrome del quemado se encuentra en manos de la sociedad: dignificar la profesión docente, inculcar el respeto al profesor, mayor colaboración de los padres en los centros educativos y de la Administración Educativa.