Me detengo un instante en el pórtico de salida del Complejo San Francisco, anudo a mi cuello la bufanda de cachemir azul con flecos, regalo de mis hijas cuando eran adolescentes, miro al cielo y agradezco haber asistido a la charla. El camino al aparcamiento se muestra oscuro, casi borroso, y asciende la humedad del suelo mojado. ¡Joder con la lluvia! ¿Cuándo querrá parar?
En mi cabeza siguen los ecos de tranquilidad y esperanza que los especialistas nos han transmitido a padres y a profesores. Son niños normales con déficit de atención y en algunos casos con hiperactividad. Este trastorno tiene alta respuesta al tratamiento, tanto farmacológico como psicológico.
¡Qué fácil parece todo! ¡Qué bien se les entiende! ¿Cómo es posible no comprender pautas tan elementales? ¿Cuántos alumnos TDAH habré tenido a lo largo de mi vida profesional sin saberlo? Un cierto desasosiego me invade.
En todo momento los profesionales muestran preparación y tacto. Intentan liberar a los padres de la responsabilidad del trastorno: no lo causa la manera de criarlos. Es una disfunción en ciertas áreas del cerebro con bases neurobiológicas y un fuerte componente genético. Miro a un matrimonio que está delante de mí y observo en sus rostros una mueca de alivio. Se cogen la mano, se miran con satisfacción y cierta complicidad y continúan escuchando la gratificante charla.
Los definen una batería de síntomas: actividad excesiva, hablan sin parar, dicen lo primero que se les ocurre, sin pensar, muestran susceptibilidad y rencor, adolecen de cierta dificultad de relación en el entorno familiar, con los amigos, etc. En el colegio presentan las tareas sucias y descuidadas, se levantan mil veces de la silla, se mueven continuamente, hacen ruido con la boca y canturrean, responden sin pensar, etc.
Los padres se miran asienten con la cabeza como diciendo “tal cual”. - Al menos ya sabemos qué tiene nuestro hijo, y lo mejor de todo, que puede tratarse y corregirse – se les lee en sus miradas (Paulo Coelho dice que existe un lenguaje que va más allá de las palabras).
- ¿Será cierto que Leonardo Da Vinci, Albert Einstein, Phelps y Verdasco han sido niños TDAH?
- Pues claro que sí. Y el nuestro será un gran escultor, ya lo verás.
Regreso a casa con la satisfacción de haber aprovechado la tarde. Me siento con ganas de ayudar, dentro de mis limitadas posibilidades, a estos niños y a sus familias, aunque no sé cómo. Sin embargo, no se me va de la cabeza la posibilidad de haber tenido en clase algún TDAH y no haberme dado cuenta para poder ayudarlo. Si así ha sido, de corazón lo lamento.
Ya sé, escribiré una carta a los profesores y los pondré sobre aviso.
Queridos maestros y profesores…